miércoles, 17 de agosto de 2016

Lo que es del cura... para la Iglesia Eloy Reverón

El llanto de un recién nacido despertó a las cocineras de la casa parroquial. Lo habían dejado arropado dentro de una cesta junto a la puerta de la iglesia, justo entre la noche de San Simón y la madrugada del día de San Narciso. El viejo que me transmitió esta vivencia no quiso o no pudo decir en qué lugar exactamente fue colocada la criatura; si fue en la puerta de la Iglesia o en la casa del padre Carreño, — da igual — , dijo con cierto sarcasmo, porque lo que es del cura, va para la Iglesia. Simón Narciso Jesús Rodríguez, Simón Carreño, Samuel Robinson, Simón Rodríguez, en realidad después que el joven conoció su verdadero origen, cualquier frase no sería más que una variante más del mismo estigma que quedó para siempre asentado en su memoria desde la primera vez que estuvo frente al documento.
Entre mediados del siglo XVII y principios del siglo XIX
se produce en Caracas un ambiente intelectual de donde
in-surge un pensamiento venezolano
que no se ha tratado con la debida consideración que merece.
En el acta de su matrimonio está dicho: expósito de la Feligresía. ¿Qué más da Rodríguez que Carreño o  Robinson?; un hijo de todos, un hijo de nadie, un hijo de alguien, o un hijo de…, tal como le replicó a un portero del Palacio de San Carlos cuando pretendió despreciarlo por el aspecto roído de su indumentaria europea recordándole su origen incierto.
— “Póngale usted el sustantivo que quiera”, — concluyó diciendo, como irónicamente solía contestar cuando le preguntaban con el desdén propio de la malicia provinciana obsesionada en aplacarle los aires de superioridad europea que en él proyectaban las mentes colonizadas ante su lacónico verbo y profunda mirada.
Veintiocho años de peregrino por Europa, no borraban su condición social, aunque la República lo igualara constitucionalmente. Aquel Samuel Robinson de Jamaica y de Pensilvania quien cruzara el Atlántico para llegar a París en los mismos días que Napoleón conquistaba Egipto ya no podía huir más de aquel bebé abandonado desde la noche de Simón hasta la madrugada de San Narciso.
El primer rasgo relevante de la personalidad de Don Simón Rodríguez es su proveniencia de un sector de la  población privado de una serie de privilegios  reservados para quienes pertenecen a la Sociedad a la cual él solo perteneció por su sangre y el color de su piel. Un bastardo notable, un expósito que tuvo acceso a información de mundos y realidades que otros de su clase jamás hubieran soñado. Esta es la primera realidad que debemos conocer para comprender el sentido de la vida y obra de este personaje: su condición de excluido. Su talento carecía de futuro en la Caracas de 1795, cuando en octubre terminó el juicio en el Ayuntamiento que cortara la relación pedagógica con Simón Bolívar, y sobre todo de su psicoterapeuta, como veremos más adelante a través de los estudios realizados por el doctor Moisés Feldman.

El segundo estigma es la coletilla que lleva su nombre, “el Maestro del Libertador”. Esta condición de ser alguien que estuvo vinculado a la hagiografía de Simón Bolívar[i] en un área tan relevante como la  educación se presta a toda clase de exageraciones e incongruencias para reducirlo a esa condición de simple maestro a Maestro de Bolívar. Cuando lo esencial de su genio es el de una vida crítica a la sociedad de su tiempo.
Debemos entonces colocar en la mira hermenéutica los posibles influjos de casi tres décadas viviendo en medio de una tensión social a punto de estallar, la sociedad colonial caraqueña. Otro tanto de su vida de peregrino por el tiempo y el espacio del estallido de la revolución burguesa en el viejo mundo, y la última etapa de su vida en las embrionarias repúblicas de nuestra América con su testimonio sobre las Sociedades Americanas. Tres etapas para la vida de un filósofo que tuvo que ser maestro para ganarse una vida peregrina por el mundo que le permitió dimensionar la realidad como pocos pensadores de su tiempo. Más información




[i] Visión del culto a Bolívar como santo, mas no como espíritu liberador de la consciencia encubierto por la ideología o cultura de la dominación.

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