lunes, 21 de junio de 2010

Después de la Batalla de Carabobo ¿Vivimos felices para siempre? Eloy Reverón


(Foto Eloy Reverón 2006)

El interés de la oligarquía conservadora en crear la ilusión de una independencia genuina se refleja en su historiografía. Insistió en celebrar cada fecha gloriosa para marcar un hito en el tiempo y repetir hasta grabar en cada generación que esa libertad valía más que la toda la sangre derramada durante un tiempo tan prolongado.

Los terratenientes y comerciantes adularon al general Páez como garante del régimen conservador celebraron con el mayor entusiasmo el triunfo de Carabobo y la historia de los héroes. Manejaban con discreción que sus intereses estaban ligados al comercio marítimo británico amenazado por las flotas hispanas desde los puertos de Cuba y Puerto Rico, a cuya protección clamaba con frecuencia Páez a Sir Robert Ker Porter, cónsul británico en la Guaira.

La paz anunciada después de la batalla de Carabobo fue efímera porque el problema esencial no era tanto la dependencia de España como la exclusión y la injusticia social. Las causas socio económicas de la explosión social continuaban vigentes. Las guerras civiles continuarían a lo largo y ancho del siglo refinanciando las deudas de cada guerra con nuevos empréstitos.

Apenas España reconocía la independencia política de Venezuela, los nuevos conquistadores británicos ya estaban cruzando hacia esta ribera del Esequibo vibrador, con el fin de explotar las minas de oro, que irónicamente irían a los bancos que financiaban nuestras guerras intestinas.

Con la gloria y el heroísmo de nuestro gentilicio, tendríamos las bases para construir la nueva nacionalidad, pero sobre todo: que a nadie se le ocurriera pensar en la independencia integral. Lo tangible se expresaba en campos arrasados por el fuego y el saqueo. Curiosamente la producción y exportación de Cacao continuó marcando cifras.

Para la oligarquía conservadora significaba establecer el cese de hostilidades a fin de construir el piso político para la consolidación de la libertad de comercio, del control y administración del poder político para continuar explotando la mano de obra esclava y mantener la estructura económica colonial dentro del nuevo balance de poderes derivado de la derrota de Napoleón en Waterloo.

La historiografía oficial de la Oligarquía desconoció las raíces sociales de la guerra, nadie pudo evitar los continuos estallidos sociales que se generaron durante todo el siglo XIX, y cesaron momentáneamente con la imposición de la férrea dictadura presidida por Cipriano Castro, y su administrador logístico, su patrocinador y compadre Juan Vicente Gómez que después lo sacó de su negocio.

Las guerras civiles se apoderaron de la vida política durante cien años. Los godos siempre negaron que las guerras llamadas de independencia fueron guerras civiles, resultado de estallido social, o una reacción violenta de los sectores excluidos de la sociedad contra los dueños de la Casa Grande, los mantuanos o blancos criollos, y de los blancos criollos contra los privilegios de los funcionarios de la metrópolis. Poco se observa el carácter internacional que adquiere con los ejércitos de Morillo y los mercenarios británicos que continuaron ejerciendo sus funciones hasta la expulsión de los ejércitos españoles del último rincón continental.

Una vez derrotados en Carabobo, esos mismos realistas se incorporaron a la sociedad, y tal como lo señalara Simón Rodríguez, no hubo independencia sino un armisticio. La clásica godorria regresaba a reestablecer sus privilegios, y la legión de los héroes libertadores trató de acomodarse en la nueva sociedad neo colonizada por las deudas de la guerra.

Los héroes de la Independencia venezolana constituyeron una nueva clase terrateniente que obtuvo su independencia política con armas compradas a crédito que el país estuvo pagando durante un siglo, cien años de guerra, y cada vez que la Casa Grande se llenaba de gente descontenta, la clase dominante renovaba su proyecto de sociedad maquillando el mismo modo de producción colonialista.

Es cierto que redujo el número de excluidos y se ampliaron las condiciones para ingresar a la Casa Grande, pero los prejuicios y la ideología colonialista perduraron, porque los dueños de los medios de producción conservaron la estructura productiva en función de los mercados metropolitanos.

La Conquista no habrá terminado hasta que la mentalidad colonial no desaparezca por completo. Por lo tanto, la Historia de la Resistencia, es la historia de una descendencia histórica que consciente o inconscientemente se ha resistido al poder de esa prosopopeya goda aliada con los intereses foráneos que miran jubilosos como suben las cifras de crecimiento económico, mientras los demás de mueren de hambre.

Es la historia de un conflicto entre un sector que pretende implantar variaciones de un mismo modelo colonialista, y otro sector que se resiste. El primero dividió la historia para que los incautos creyeran que la Conquista y la Independencia habían terminado porque éramos libres y felices.

Pero si se pretende penetrar la esencia de los hechos o situaciones planteadas en virtud de su proyección para darle sentido y explicarnos el presente, tendremos que resistir primero al recuerdo falsificado del pasado, para tener una visión clara del socialismo del Siglo XXI.

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