Existe una creencia difundida en
ambientes marginales al tratamiento serio de la historia donde suele
profesarse, incluso hasta llegar al plano de la creencia religiosa, la idea de
un Simón Rodríguez masón. Esto se debe a un concepto fanático que reconoce en todos
los próceres civiles y militares de nuestra historia, como masones. Esta falsa
creencia ha partido del proselitismo y del imaginario masónico del siglo XX,
cuando la masonería se incorporó al culto público a los héroes de la patria, en
un momento cuando sentía el vértigo de la decadencia.
Hasta mediados del siglo XIX, no
se hizo pública y notoria en Indoamérica, la existencia institucional de la
francmasonería, y desde entonces la gente común y corriente no ha tendido muy
claro que es eso de masonería o de hacerse iniciar en sus misterios. Si alguien
era reconocido como masón, ese reconocimiento solía provenir de las “hablillas
del vulgo”. Tal fue el caso que nos comenta un detractor de las ideas y de la
actitud tan “extraña” como el personaje que las profesaba. Me refiero a Ricardo
Becerra, quien al parecer, no estaba nada de acuerdo con las ideas
robinsonianas a cerca de la escuela.
Esto se debió fundamentalmente a
que se corrió el rumor de que en su escuela se estaban enseñando cosas que
nunca se habían visto enseñar en la escuela. Pero más allá del maestro por
necesidad está el filósofo por convicción. Una visión de mundo constituida por
un eterno peregrinar, pero sobre todo un ser pensante y despierto que recorrió
una buena porción del planeta palmo a palmo.
En este momento corregimos un texto que identifica al filósofo Samuel Róbinson como el propulsor de la fuerza liberadora, opuesto al concepto hegemónico de modernidad que nos condena a seres inferiores en tanto no inventemos sin temor a errar.